miércoles, 5 de junio de 2013

Fiesta de la Asunción

                                                            "La fuente del jardín
                                                                        es pozo de agua viva"
                                                                                  (Ct 4,15)

Queridos hermanos:

            La celebración de María coronada de gloria en cuerpo y alma nos invita a reconocer en ella a la única verdadera y definitiva contemplativa de la bienaventurada Trinidad; María, cuyo ser total está perfectamente transformado a imagen - del Dios tres veces santo. No obstante recurrimos a ella como la medianera universal, e incluso tendríamos tendencia a considerarla como inclinada sin descanso hacia nosotros, pobres humanos, que caminamos hacia la patria por caminos a veces difíciles. La Reina de los cielos está, sin ninguna división interior, totalmente abierta hacia el Señor respondiendo en su corazón a las necesidades universales de toda la humanidad.

            No es por un acercamiento artificial por el que yo quiero partir de esta visión luminosa de la Madre de Dios para reflexionar con vosotros sobre el contenido la carta que el Papa nos ha enviado recientemente. En efecto, ¿cómo no sorprendernos por la doble orientación y estímulo que mejor se dirían directivas, que el Vicario de Cristo nos dirige : ser verdaderos contemplativos en la paz de la soledad y responder a las necesidades del mundo contemporáneo con una auténtica solidaridad ? Que María nos ayude a escuchar atentamente la Palabra que nos viene del Espíritu Santo.

            La dominante que más sobresale de la carta del Papa es. quizá, la invitación c nos hace a que seamos nosotros mismos. Parece ser que es una preocupación habitual de Juan-Pablo II el ayudar a los cristianos, cada uno en su sitio, a ser conscientes de su identidad y a querer ser fieles a ella. De este modo responde a una tentación a la que nos vemos expuestos desde el Concilio. Con el pretexto de seguir las orientaciones conciliares de apertura al mundo contemporáneo, de escucha leal al pensamiento de los demás, se ha generalizado una especie de de estabilización da los corazones, en virtud de la cual cada uno parece tener como preocupación principal el renunciar a su propia identidad. Tanto en el orden natural como en el sobrenatural, no puede existir una actitud más catastrófica c además nos lleva a la contradicción más radical de lo que realmente pedía el C cilio. Todo cristiano, y más aun todo monje, debe ser consciente de su identidad y debe querer ser fiel a ella.

            Ser nosotros mismos, eso corresponde a una costosa exigencia : la de evitar todo fingimiento, cualquier manera de vivir en la cual uno se contenta, en el fondo, con representar su papel, de "hacer como si", en lugar de ser uno mismo. Saben por experiencia cómo una existencia como la nuestra nos expone a esta comedia, entregados como estamos a nosotros mismos en la soledad. ¿No podríamos decir que, una de las principales preocupaciones del Señor es la de despojarnos cueste lo que cueste de las máscaras con las cuales nos identificamos, a expensas de verdad de nuestro ser de solitarios dedicados a la escucha de su amor ?

            Ser nosotros mismos, en el pensamiento de Juan-Pablo II, es reconocer que tenemos una identidad bien precisa en el seno de la Iglesia; esta identidad corresponde al lugar que ocupamos en el Cuerpo de Cristo, digamos incluso que corresponde nuestra función en el mundo, nuestro servicio para con la humanidad entera. EE es, en efecto, el sentido de las invitaciones de esta carta cuando por ejemplo habla de "hombres de nuestro tiempo ... que necesitan de nuestro ejemplo y de nuestro servicio".

            Esta identidad ha sido dibujada de una manera muy clara por Dios mismo en la vida de San Bruno, en eso que el Papa llama. "el espíritu original de nuestra Orden" o, de una manera más concreta, "en la integridad de nuestro verdadero carisma y la fidelidad completa a nuestros Estatutos ya aprobados".


            Ya tenemos conciencia de nuestra identidad y queremos conservarla en su integridad. ¿Qué nos pide el Papa que hagamos ? Su respuesta es breve, pero nos zarandea y nos obliga a reflexionar más profundamente : "Lo importante no es lo que hacéis, sino lo que sois" Esta consigna parece tanto más extraña ya que se nos da en un contexto que da la sensación de tener que exigir- precisamente por nuestra parte un compromiso activo.

            Vivimos un tiempo de crisis, dice el Papa. Los hombres son agredidos por toda clase de torbellinos de ideas: son empujados por múltiples presiones dispuestas a forzar su consentimiento, quizá hasta su conciencia. La inestabilidad es el denominador común. El rendimiento es la ley a la cual está sometido todo ser.  Sin embargo, frente a este embrollo, Juan-Pablo II nos dice, incluso nos repite de diferentes maneras: vosotros tenéis una misión que cumplir, importante, irreemplazable, no actuando, no agitándoos, sino siendo.

            Dios os pide que seáis solitarios, testigos de lo absoluto. Sedlo. Dios os da como patrimonio su estabilidad.. Sed portadores de esta estabilidad. Únicamente así podéis, y debéis expresar vuestra solidaridad para con vuestros hermanos de humanidad.

            La carta nos repite varias veces que debemos ser manantiales. Me pregunto si esta imagen no es la mejor ilustración de lo que el Papa nos invita a ser..

            ¿Qué es un manantial? Sencillamente un orificio en el suelo, orificio que desemboca en una capa de agua subterránea o que permite a una corriente de agua viva fluir. El manantial no tiene que hacer nada. Le basta ser para cumplir su misión: simple abertura, libre de todo lo que pudiera obstruirla y que, por el mismo hecho, derrama profusamente el agua bienhechora sobre la que, por otra parte, no tiene derecho alguno.

            ¿Tenemos otra vocación que no sea la de ser manantial ?. Perforando la dureza la corteza humana, tenemos que estar abiertos a los ríos de agua viva derramados en nuestros corazones por el Espíritu Santo. No se nos pide crear esta vida, ni siquiera suscitarla : solamente tenemos que liberarnos de lo que nos haga menos disponibles para dejar que ese agua se precipite en el orificio que le ofrecen Seamos bastante límpidos, bastante puros para olvidarnos y así habremos cumplido nuestra misión..

            Tomemos conciencia de la importancia de la misión de ser manantial.. Es preciso que el corazón de Dios se expansione. Es preciso que corra el agua divina.. Forma parte de la misma esencia de la. Iglesia el ser portadora de manantiales.. Hoy de manera oficial la Iglesiallama nuestra atención sobre nuestra responsabilidad en este aspecto : no hablar, no emprender, sino, repitiendo la fórmula de Estatutos : "Orientados, en virtud de nuestra Profesión, únicamente hacia Aquél que es, testimoniamos ante un mundo demasiado absorbido por las-realidades te­rrenas-que fuera de El no hay otro Dios"'(E.R. 34.3) "La fuente del jardín es pozo de agua viva" (Ct 4,15), dice el Cantar de los Cantares. Nosotros únicamente hemos de ser.


            El Papa enumera algunos casos, en los que cuenta con nosotros para que seamos fuentes visibles. Así, habla de los hombres que "experimentan la necesidad de ir en búsqueda del Absoluto y de ver garantizada en cierto modo su búsqueda, por un testimonio vivido. Vuestra misión -dice él- es precisamente, hacérsela percibir". El Pastor de la Iglesia, testigo de las intensas necesidades de loe hombres, nos muestra en qué cuenta con nosotros : no nos comprometa con nuevo caminos, sino que seamos más aún lo que, desde siempre, hemos sido llamados a

            En el caso presente, se trata de ser buscadores de lo absoluto, sobre el cual_ toda existencia se ha modelado, representado por esa búsqueda del Tres veces Santo presente en el fondo de nuestro corazón. La fecundidad de la fuente tendrá como medida la verdad con la que dejemos a la corriente divina limpiarnos, liberarnos de todo lo que nos obstruye para que nuestro ser solo se convierta en un testimonio vivo de que el Absoluto divino puede ser encontrado, en cierto modo, aquí abajo.

            Un poco después, Juan Pablo II nos habla de la estabilidad de Dios, luego de la estabilidad del amor divino a cuya irradiación nos entrega. Esta estabilidad no se revela en nosotros sino en la medida en que sepamos excavar en nuestro cora­zón un pozo lo bastante profundo para que podamos escapar de todas las corrien­tes superficiales que recorren nuestra sensibilidad. En cierto sentido conocemos por experiencia las necesidades de nuestros contemporáneos ya que, incluso en la profundidad de la soledad, sabemos hasta qué punto el recibir sinceramente la herencia de la estabilidad divina, representa una conversión profunda, radical.

            La carta del Papa evoca también otras formas de manantial visible que nos atañen. Por ejemplo : "perseverar día y noche como centinelas en presencia de Dios... y ofrecer sin descanso a la divina majestad un sacrificio de alabanza". O bien asumir los desórdenes psicológicos producidos por las mutaciones de la sociedad y que también nos alcanzan; asumirlos hasta descubrir que más allá de todas las técnicas humanas, que no debemos descuidar "únicamente una voluntad inflamada de amor de Dios y dispuesta a servirle valientemente, ..... podrá pasar sobre to­dos los obstáculos".

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            Ser fuente visible es una parte no desdeñable de nuestra vocación, pero más-im­portante aún es nuestra llamada a ser fuente escondida, misteriosa. Tal vez esta fuente sea desconocida, ignorada, incluso despreciada, con el riesgo de exponernos a veces nosotros mismos a la tentación de no creer bastante en ese ministerio oscuro del cual' tanto más tenemos necesidad de explorar su belleza..

            Es interesante en la carta del Papa ver hacer sobre ese tema una especie de co­mentario del canon 674 por el cual comienza en el  nuevo código la parte consagrada al apostolado de los institutos religiosos. Releamos lo esencial de este canon.

"Los institutos puramente ordenados a la contemplación
ocupan siempre en el Cuerpo de Cristo un lugar especial.
Ofrecen a Dios un sacrificio excepcional de alabanza;
irradian sobre el Pueblo de Dios una sobreabundancia de Santidad; lo arrastran con el' ejemplo
y contribuyen a su expansión por una fecundidad apostólica escondida "

            Al enumerar los frutos misteriosos y plenos de riquezas de una vida como la nuestra, la Iglesia por este mismo hecho nos ayuda a percibir de qué modo Dios desea ser contemplado. Aspira a convertirnos en puras aberturas que se dejan invadir por la plenitud de su amor. En efecto, solamente una transformación así de nuestro ser puede explicar los "frutos de santidad" que se esperan de nosotros. No son obra nuestra, sino la expresión de la sobreabundancia con que Dios gratifica aquellos que se ofrecen a su ternura.

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            He puesto estas reflexiones desde el principio bajo la irradiación de María. Cerca de Ella encontraremos la luz necesaria para entrar en las perspectivas que nos abre el Papa. Ella sola es en toda verdad la fuente pura y perfectamente transparente. Por ella pasan todas las corrientes de vida divina que necesitamos para convertirnos en pequeños manantiales, imperfectos sin duda, pero cuyas deficiencias se compensan con la plenitud infinita sobre las que están abiertos. Amen.

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