miércoles, 7 de julio de 2010

“Baja de prisa, porque hoy me hospedaré en tu casa (Lc 19,5)


El divino Maestro repite constantemente a nuestra alma estas palabras que dirigió un día a Zaqueo.
Baja pronto. Pero, ¿qué es este “bajar que El nos exige” sino una inmersión más profunda en nuestro “abismo interior”?.
Esta interiorización “no es una separación superficial de las cosas externas. Es la soledad del espíritu”, el desasimiento de todo cuanto no es Dios.
“Mientras nuestra voluntad tenga caprichos ajenos a la unión divina, fantasías contradictorias, permanecemos en estado de infancia, no caminamos a pasos de gigante en el amor porque el fuego no ha consumido aún toda la escoria. El oro no es puro. Nos buscamos todavía a nosotros mismos. Dios no ha eliminado aún toda nuestra hostilidad hacia El.
Pero cuando la ebullición de la caldera haya purificado totalmente nuestro amor imperfecto, nuestro dolor y temor defectuosos, sólo entonces el amor será perfecto y el anillo de oro de nuestra alianza tendrá una dimensión más amplia que el cielo y la tierra.
“He ahí la interior bodega donde el amor instala a sus elegidos. Ese amor nos conduce por trochas y senderos que El sólo conoce. Nos arrastra para siempre. Nunca podremos ya retroceder”. (Sor Isabel de la Trinidad, El cielo en la tierra Día segundo)