miércoles, 5 de junio de 2013

EL ICONO DE LA VIRGEN DE LA TERNURA (La Theotocos de Vladimir)

(Virgen de Vladimir e Imagen de la Virgen y el Niño, del estilo de la del Perpetuo Socorro, en la que Jesús abraza cariñosamente a su Madre, que le lleva en brazos. Se conserva en el museo del Kremlin, en Moscú)

           

Es este el icono de la Madre de Dios: la Virgen pura a quien el Todopoderoso cubrió con su sombra y sobre la cual bajó el Espíritu San to, para que aquel que naciera de ella fuera llamado Hijo de Dios. Es el icono de la Madre del Todopoderoso, y con todo reproduce en su imagen las zalamerías de una joven madre que se deja acariciar por su niño. Pero no hay contradicción entre estos dos aspectos; al contrario, es la señal de que la Virgen nos introduce de un modo auténtico en el misterio de la En­carnación del Señor.

            Este "Icono de la Ternura" nos permite entrever el papel que tiene la Mujer que enseña al corazón de Dios el arte de amar. Como los de más hijos de los hombres, Jesús entra en este mundo con un corazón intac­to, que debe ser modelado y ha de dejarse imprimir por las caricias que recibirá por su mamá, y por las que espontáneamente El le prodigará. Por muy Hijo de Dios que sea, por más que haya sido amado desde toda la eter­nidad por el Padre, al nacer, como hombre, su corazón debe aprender a amar por medio de su Madre.

            Esas caricias humanas parecen carecer de significado, y sin embargo, superando toda palabra y las más bellas ideas, Constituyen en la región más profunda de la sensibilidad de Jesús, los primeros brotes de aquel amor que será la llama fundamental de su vida. El amor, y no solamente su amor humano sino también su amor de Dios; el amor con el que nos manifiesta en el tiempo, la ternura infinita con que nos envuelve eternamente.

            María es la Madre de Dios, no sólo según la carne, ni princi­palmente según la carne, sino mucho más según el corazón. La misión de la madre no es ante todo la de formar un cuerpo, que luego tendrá que defenderse solo como pueda. La madre es el ambiente de ternura que, a.-partir del instante de la concepción, crea alrededor de su hijito esa atmósfera :acogedora y afectuosa que le envuelve que le penetra aunque él no lo sepa y lo modela de modo definitivo para toda la vida. Desde que respondió al ángel :"llagase en mi según tu palabra" María empezó, de este modo a ser la Madre del Hijo de Dios. Todavía no conoce a su Hijo, no es capaz de identificarle, pero ye le rodea de una infinitamente respetuosa ternura, de ana adoración henchida de delicadeza. Y el niñito que empieza a formarse en su seno, va recibiendo su secreto influjo, hasta la noche de Navidad cuando al ser acogido por los brazos de su mamá, recibirá sus primeras caricias, sus primeros besos.

            María es pues mucho más Madre de Dios según el corazón que según la carne. O más bien : la Encarnación del Hijo de Dios no consiste en que éste haya asumido un cuerpo, sino en que haya tomado un corazón, que le permite entregarse a los hombres. Es verdad que lo que nos ofrece directamente en la Eucaristía es su cuerpo, su cuerpo inmolado en la Cruz y Resucitado por el Padre. Pero ese cuerpo no lo recibimos por el hecho de tomarlo en nuestra boca; el acto de comerle adquiere sentido por el inter­cambio previo de nuestro amor con el suyo. Y esa capacidad de darse, Je­sús la recibe de María cuando, entre sus brazos, la colma de caricias.
           
            Más aun el corazón humano de Jesús debe aprender a amar a su Padre. Aunque sea su Hijo, no puede amar al Padre en su carne mortal, si­no en la medida eh que su corazón haya sido orientado hacia Aquel que le ha dado ese cuerpo. El amor infinito que Jesús tuvo a su Padre en la tierra y el que ahora le tiene en el cielo, ese amor, le fue comunicado por María. A través de esas demostraciones de cariño, un tanto desmañadas al principio, con que Jesús correspondía a María cuando ésta le estrechaba contra su seno, sin darse cuenta, aprendió y recibió la capacidad de amor, que andando el tiempo al despertar y desarrollarse su razón, permitiría a su corazón dirigirse hacia  ….

            El icono de la Ternura es, asimismo, la Mujer que enseña al Verbo, su Hijo, los trucos, a veces tan dolorosos, de la ternura humana. Al contemplar el icono, se advierte cuán unidos están Madre e Hijo, mejilla con mejilla, y con todo, cuan alejados parecen por un desconocido misterio que los supera.

            El cariño humano es, en primer lugar, esa certeza de seguridad, de confianza entregada que tiende a la unión. Se quisiera estar absolutamente seguro de aquel a quien se ama, hundirse en él, fundirse con él, no ser más que una sola cosa con él. Esa tendencia que nos impulsa con toda nuestra alma hacia el amado, con todas las potencias de nuestro ser, la experimenta el niño con una fuerza instintiva, con un vigor que le arras­tra hacia su madre como si quisiera retornar a su seno.

            Pero la ternura humana incluye también las necesarias separaciones1 la necesidad de afirmar la propia personalidad, el descubrir el  extraño mundo que nos rodea y nos obliga a encerrarnos en nuestro, interior, y a ser conscientes que somos nosotros mismos y no otro. Constituye, pues un aspecto del amor el poder afirmarse a sí mismo, y reconocerse como otro, pues es el único medio de tener algo que ofrecer al otro. Si fuéra­mos una sola cosa con el amado ¿cómo podríamos darnos a él? Si queremos que amor sea verdaderamente un don, y no una pérdida .de nosotros carente' de sentido, hay que considerar estos dos aspectos  que toma la ternura hu­mana, a veces de un modo desconcertante, pero siempre necesarios.

            Esa lenta maduración que debe experimentar  el corazón humano, la experimentó también Jesús. Tuvo que separarse de su Madre, tuvo que sufrir al alejarse de ella, y tuvo que hacerla sufrir al obligarle a ella a que le dejara. Tenía obligación de llegar a la autonomía del amor, pues era el mejor modo de amarla como un hijo que llega a ser hombre perfecto, y ser así el Hijo de Dios que al mismo tiempo era el Salvador de su Madre.

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            Jesús todavía no sabe hablar, solo sabe balbucir de modo vaci­lante su ternura de bebé; y con todo, es el Hijo de Dios. Esto  Él lo sabe de un modo que supera infinitamente nuestro conocimiento. Ese amor que manifiesta a su madre, es verdaderamente el amor del Hijo de Dios. Es el amor de Dios. A través de esas Caricias que parecen sin importancia, Je­sús entrega a Maria el secreto del mismo Dios.

            Para hacerse comprender, Dios no necesita palabras; al centrario, las palabras impiden comprender. Son un medio de acceso a su amor, pero tan solo un medio, no el terminó. El término hacia el que tendemos no se expresa con palabras, no se encierra en conceptos. ¿Y.' por qué no expresar sencillamente ese amor, con la ternura de nuestro cuerpo, con el abrazo abandonado de ese bracito que rodea el cuello de su mamá? Es la ú­nica palabra que entonces el Verbo puede pronunciar, pero ya es verdade­ramente palabra del Verbo, y es por tanto la revelación de Dios que pene­tra hasta' lo Intimo del corazón de María. Por eso, no puede menos que permanecer silenciosa, admirada, extasiada, más allá de aquella sonrisa que hubiéramos esperado ver apuntar en los labios de una mamá.

            Ese bebé a quien mima, ese niño, que la acaricia, es el mismo Dios a quien María adora. Esos gestos, que parecen no tener sentido, en­cierran la plenitud del don inefable.- Arroban a María, la transforman mucho más que lo haría cualquier milagro visible, pues son un contacto de su ser profundo con el mismo Dios.

            "Quien me ve, ve al Padre". Estas palabras eran una realidad desde el primer momento, y cuando Jesús expresa a María esa ternura inde­cible, no es tan solo su amor personal lo que le entrega, ya que por su esencia de Hijo es la transparencia perfecta del Padre. El amor del Padre solo puede expresarse en el Hijo, y se manifiesta necesariamente cuando el Hijo expresa su amor.

            María es como la esposa a quien el Padre abraza con el abrazo Hijo. Así se-produce el encuentro de la Virgen con Aquel que la escogió por Madre de su Hijo…

            Ya había recibido ese Espíritu cuando el ángel le anunció el designio del cielo sobre ella. Y Con todo, es por Jesús y a través de Jesús mostrándole su ternura, que el Espíritu Santo penetra­rá hasta lo íntimo del corazón de María para despertar en ella aquella ternura con la que estrecha al Verbo convertido en un niño pequeño..

            Esta unión silenciosa, aparentemente pasajera, de María y Jesús es el abrazo de caridad, de amor, que une corporalmente a aquellos que son la imagen más perfecta de Dios. Jesús nos prometió que a quien le a­mara el también le amaría, y que ese intercambio de amor y conocimiento, sería la reproducción, el icono, del amor que une al Padre y al Hijo. Siendo esto verdad d) todo cristiano, ¿cómo no iba a ser una realidad excepcionalmente intensa en la intimidad que unía a María y Jesús?

            El icono de la ternura es, pues, la reproducción en nuestra débil carne, del abrazo purísimo del Espíritu en el que se unen eterna­mente el Padre y el Hijo. Reproducción, icono imperfecto, pues nada pue­de expresar adecuada ente la unión intima del Padre y del Hijo en el Es­píritu Santo, pero icono que nos permite el acceso a una Verdad indeci­ble.

             No se trata pues, de razonar o analizar este icono que encierra tanto misterio; preferible  dejarnos modelar por esa actitud de profunda serenidad, que une a la Madre y al Hijo, y que debe imprimirse en nuestro ser. El verdadero amor que nos une a Jesús, que nos une a cuantos amamos, debe ser la imagen, el icono vivo de ese eterno abrazo del Padre y del Hijo. Ese amor, cuyo manantial está en nuestro corazón, debe irradiar en nuestro amor exterior. Ese abrazo que nos estrecha interior­mente, debe transformar nuestro corazón de piedra, para convertirlo en corazón de carne. Esa límpido borbotón del Padre hacia el Hijo, debe cre­ar en nosotros un espíritu nuevo, que nos vuelva disponibles para descubrir al otro, para verle con mirada límpida y para unirnos a él con verdadera caridad, a través de nuestra condición de carne entretejida de fragilidades e imperfecciones.

            El icono de la Virgen de la Ternura, no es tan solo la representación de Maria enseñando, a Jesús el amor como se da entre hombres; es también. y. tal vez más, María que se deja formar por su Hijito en la es cuela de la pedagogía, divina.. También ella ha de dejarse remodelar, para. ver impresos en sí misma los rasgos vivos de la imagen. de la Santísima- Trinidad, las relaciones de amor de las que ella es el templo y de las que participa plenamente.

            En la fisonomía de María se dibuja la expresión de un sufrimiento cuya hondura le había predicho Simeón. Pero es su propio Hijo quien le comunica que Él es aquel Siervo, que como ella presiente ha de ser inmolado Por,:sus hermanos. Bici conocía María que era la esclava del Se­ñor, pero ¿sabía lo que iba a significar ser la Madre del Siervo de Yavé?

            Esto lo aprenderá en la escuela de su Hijo. Nos lo atestigua el Evangelio, en el fue Jesús insiste repetidamente en la profecía que muchos siglos antes 'tañía presentado su retrato ante todo Israel. Cuando María descubre la ternura que Jesús le tiene, se hace el receptáculo de la ternura da, la entera humanidad. Al acoger a Jesús, al estrecharlo con­tra su corazón, lo hace en nombre de todos los hombres, en nombre de cada uno de nosotros. Pero en compensación, cuando Jesús se apretuja contra ella con todo su amor, se entrega verdaderamente a toda la humanidad. Ya entonces es el Siervo que viene a cargarse con todo cuanto sus hermanos quieran poner sobre sus espaldas, con toda su pobreza, con toda su miseria, para transfigurarla y convertirla en una realidad divina.

            María, como toda joven madre, aprende mucho de su Hijo; está en a escuela de ese pequeño recién nacido, que le enseña a cumplir su vocación de m­adre. Todos los niños sin saberlo, realizan ese oficio, con su madre pero Jesús lo hace de un modo más perfecto y completo…

            María descubre los secretos del amor materno, uno de los cua­les es saber desaparecer para hacerse más presente. La Madre no debe acaparar a su hijo pare convertirlo en cosa suya; al contrario, su misión es ayudarle a convertirse en hombre, en un ser responsable capaz de asumir plenamente su vida, con capacidad de amar y de darse a sabiendas pe­ro sin reticencia:;; y confiadamente a cuantos se entreguen a él. La Vir­gen del icono de le Ternura, estrecha a su Hijo contra su corazón, pero no le mira : sus ojos se dirigen hacia nosotros, pues en nosotros piensa al abrazar a su niño. El no es su posesión; justo puede decirse que se le ha confiado. Bien sabe ella que ambos están asociados para salvarnos, para hacernos penetrar en la intimidad del amor divino.

            Es lo que Jesús dirá a María, de modo más explícito, cuando a la edad de doce años se queda en el Templo. En ese momento, María comprenderá claramente, que su Jesús es ante todo el Hijo de Dios, que es un hombre a quien debe procurar la posibilidad de vivir como hombre, pero que en resumidas cuentas, no tiene ningún derecho real sobre El. Al contrario, es Ella quien debe estar a su servicio para que El llegue a su plenitud, En Caná Jesús continuará haciendo descubrir a Maria su mi­sión de Madre de Dios: comprenderá entonces que la mayor ternura que puede manifestar a Jesús es la desaparecer para estarle más presente, para asociarse a El del modo que El necesita.

            En el silencio, en la oscuridad, pero con una ternura siempre alerta, siempre al acecho, tendrá que esperar la hora en la que será Ma­dre como nunca. La vemos en el Calvario, silenciosa : sabe que no tiene nada más que decir, pero que debe escuchar, debe aceptar, debe ser vida. Entonces su maternidad adquiere dimensiones universales : la Iglesia, como una recién nacida, sale de su corazón, regenerada, asumida por Cristo. que mañana será el resucitado.

            Todo esto se encerraba en germen en el corazón de María al es­trechar a su niño centra su corazón : era ya la madre que se entregaba a su Hijo, pues su vocación de madre consistía en permitir a ese Hijo realizar su vocación de hombre; es decir, asumir la humanidad como Hijo de Dios, para que también nosotros llegáramos a ser hijos con El, y pudiéramos decir todos el Padre en el Espíritu: "Abba"

            Así es el [CONO DE LA TERNURA ó el niño y su madre entregados mutuamente al simple, intercambio de una auténtica ternura humana. Para llegar a Dios, no hay que renunciar a ser hombres. Al contrario, le alcanzaremos  en la medida en que seamos nosotros mismos, tales como Dios nos ha concebido, teles corno El nos ha amado, y tales como su ternura nos ha plasmado. No temamos ser seres humanos, con un corazón frágil y vulnerable, pues el verdadero amor incluye la posibilidad de ser  herido, y el riesgo de exponerse a la muerte.

            Amar a Dios es entregarse a El, es darse tal cual somos es por tanto entregar nuestra capacidad de amor, tal como Dios la concibió cuando junto con su Hijo soñaba en nosotros. Nos ha dado un corazón de carne, un corazón que debe encontrar su propia identidad en contacto con los otros corazones que le rodean,. A través de las reacciones de nuestra sensibilidad, asumiendo las fuerzas de nuestra sensualidad, aceptando tener un cuerpo transido de mil posibilidades, llegáremos a comprender las posibilidades de ese amor que Dios quiere ver florecer en amor divino.
El amor divino no es un amor desencarnado : Jesús nos ha amado entregan­do SU CUERPO, y derramando SU SANGRE. Jesús nos ha asumido en sí mismo, llevando el amor a su más alta cumbre, el día en que resucitó según la CARNE.,
Tal es el amor que encierra el ICONO DE LA TERNURA y que nos desvela la plenitud que hay en el Hijo, plenitud que El nos entrega, plenitud que nos pertenece si sabemos acogerla.


(un cartujo)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Una de las pinturas mas admiradas de la tierra representa a la Virgen Maria y al niño Jesus de unos 10 años es un Icono muy especial que lleva a la contemplacion.El punto es la atraccion interna y la relacion que uno tiene con la pintura.La fuerza que tiene estara sujeta a cuanto la amamos.

Betania dijo...

Gracias, espero que el artículo le haya ayudado para la contemplación del icono de la Virgen de la ternura