Desde que nacemos
hasta que morimos, la vida nos obliga a soltar. Tenemos que soltar el vientre
de nuestra madre, soltamos el biberón, soltamos los pañales, soltamos los
amigos del colegio, la casa paterna, la ciudad donde nacimos, seres queridos
que parten, empleos, ... hasta que soltamos también el cuerpo cuando morimos.
Sin embargo, parece que no aprendemos a soltar. Estamos tan empeñados en que
eso que sucedió vuelva, que dejamos pasar las oportunidades para aprender. Y no
llegamos a aceptar nunca que lo que pasó simplemente tenía que ser así.

Alguien que solo
piensa en sí, que solo te da las migajas de su tiempo, que no te muestra
empatía, que se deja llevar por comentarios negativos sobre ti, que nunca
interpreta bien tus palabras o acciones, que en público jamás te reconoce como
importante para sí, que te pone muchas excusas para no quedar contigo, que en
cambio ves que tiene tiempo para otras personas, etc. No te engañes, a esa persona
no le importas, abre los ojos, no te quiere aunque te lo diga. Déjale ir. No
insistas. No te minusvalores. No te rebajes. Mantén tu autoestima.
El menosprecio y
la indiferencia son los signos más claros de que ha llegado el momento de
soltar. Porque con esa actitud nunca resucitará un amor perdido. Cuidado porque
se gestan a partir de conflictos sin resolver que quedan en la memoria.
Para que lo nuevo
llegue a tu vida, debes hacerle espacio en tu corazón. Mientras vivas anclado
en un recuerdo, o en un pasado, tu mente está centrada en recuperar lo perdido
y no tendrá espacio para la novedad. Entrénate para dejar ir todo aquello que
temes perder.
(Xisquia Valladares)
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