miércoles, 17 de abril de 2013

¡VUELVE A LA VIDA!

El Pentecostés de la relación

 Significa que el Espíritu se establece en el centro de una relación: nosotros le abrimos la puerta y nos dejamos guiar por él, que va a vivificar y a renovar la relación.


1. El reajuste de la relación. La relación se revitaliza y puede sembrarse la semilla de la vida.
Continúa el trabajo de esclarecimiento sobre uno mismo, empieza a desplegarse la vida, emergen los deseos que estaban apagados, se perciben y se sacan a la luz las falsas culpas, se impone la apremiante necesidad de ser uno mismo, de desarrollar nuestra identidad, de descubrir nuestro sitio, y se hace indispensable reajustar la relación.
Puede que nos parezca esencial salvar nuestra piel cueste lo que cueste, sobre todo si estamos saliendo de un duro pasado de opresión.

En toda relación encontramos las mismas preguntas fundamentales. ¿Cómo amar siendo libre y respetando la libertad del otro?

  • Al otro hay que dejarlo libre sin abandonarlo.
  • Hay que mirar con verdad sin perder el amor.
  • No hay que endurecer el corazón ante el comportamiento de los otros o ante nuestras propias tendncias.
  • Hay que amar, sin dejarnos destruir ni perdernos.
  • Hay que protegerse pero sin caer en la indiferencia.
  • Hay que amar aunque la comunicación esté dañada.
La relación con el otro enfrenta al ser humano a sus deseos (de una comunicación sin heridas, total, plena, sin conflicto, sintiéndose comprendido, amado, reconocido);
lo enfrenta también a sus límites (los suyos y los del otro);
a sus dependencias (las dependencias forman parte de la vida, es totalmente ilusorio pensar que la libertad se vive fuera de todo lazo de dependencia); 
a sus miedos (la amenaza de ser oprimido, el miedo a ser excluido, rechazado o abandonado, a no saber amar). 
Ante una relación, se abren muchos caminos: ir hasta el final de la relación, rehuirla, evitar las dificultades, endurecerse, crear dependencia, querer escapar a toda dependencia, resignarse o desesperarse.

2. La transformación, el cambio de rubo o de visión. En ese momento puede vivirse un cambio de rumbo o de visión, que abre la puerta al Pentecostés de la relación. Permite entrar en otra dimensión, vamos a abordar la relación de otra menera con el corazón pacificado.
Una relación vivida solo horizontalmente lleva a decepciones y vanas esperas. Situarnos en la vertical, estar unidos a nuestra fuente, recibir nuestra tarea de manos de Dios, nos cambia la mirada.  Pasamos de la preocupación exclusiva por nuestros intereses personales, a servir a la vida. Viviendo las distintas etapas del proceso de evangelización de nuestras profundidades aprendemos a situarnos de forma más correcta y sana. Y esto es lo primero que hay que hacer en el Pentecostés de la relación: experimentar cómo vivir una relación consciente, bien situada, en el amor y la verdad.

3. La libertad interior. La primera condición de una relación renovada es, sin duda, poder vivirla con libertad interior, respetando la libertad del otro. Esto a veces es fácil y a veces difícil si nos encontramos en situaciones de opresión, cerradas o que nos encierran.
El principal ingrediente de la libertad interior es tener un "ojo sano". El ojo sano es la mirada adecuada sobre uno mismo, luego sobre el otro y sobre cualquier situación.

Las distintas etapas que se atraviesan en la evangelización de las profundidades:
  • el encuentro con nuestra verdad, 
  • la vuelta al orden interior,
  • la toma de conciencia de las consecuencias del pasado sobre el presente,
  • la renuncia al camino de muerte
  • la elección de salidas nuevas...
...permitirán a quien las recorra dejar de proyectar sobre el otro sus propias sombras.
Quien empieza a entender su parte en la relación, sabe sobre qué terreno trabajar. Nuestras propias debilidades, esperanzas, dependencias, exigencias mal situadas, formas de omnipotencia, se descubren poco a poco e iluminan los enredos de la relación. No es cuestión de buscar la culpa o la responsabilidad de otro, eso corresponde al Padre, que conoce el secreto de los corazones.

Es responsabilidad de cada uno discernir si el comportamiento del otro, sus demandas, sus expectativas, son correctas. Así podremos situarnos de forma adecuada.
Esta toma de conciencia valiente puede ser muy dolorosa; es un tiempo de veracidad que ha de vivirse con la luz, y también con el consuelo de Cristo que fortalece y reconforta a la vez que acoge el sufrimiento que nace de la toma de conciencia. En efecto, dejar de negar, tomar conciencia de la realidad y renunciar a la ilusión supone un verdadero trabajo de duelo en el que se atraviesan todas las etapas. No es fácil descubrir que nos habíamos dejado seducir, que habíamos puesto al otro en un pedestal, como un ídolo, por falsa seguridad.

La libertad interior tiene este precio: saber decir "no" cuando sea necesario y "sí" a cuanto sea bueno y vaya en el sentido de la vida. El ojo sano permitirá observar los desórdenes del amor, no confundir reconciliación y fusión, amor y opresión; distinguir entre la compasión verdadera y una falsa compasión que podría tragarnos o hacernos cómplices de un desorden.
Dejándonos iluminar por el Espíritu y vigilando el propio camino saldremos de la ceguera, pero también necesitaremos algunos conocimientos psicológicos para poder avanzar. Si se vive este camino realmente en el Espíritu, si sabemos pedir y recibir la gracia, se nos darán ls dones de discernimiento, fuerza y prudencia, y poco a poco volverá el equilibrio.

4. Como hablar con un corazón pacificado: echar fuera lo que no nos pertenece.

Hay que tener bien claro nuestro propio proceso, y cuál es nuestra parte en la dificultad. Pero también es importante aprender a sacar de nosotros las sombras del otro.
Para que la palabra dé su fruto de vida, tiene primero que concebirse en el silencio de un corazón pacificado; no tenemos que escupir nuestro veneno, nuestro rencor, al otro; no hemos de arreglar cuentas, vengarnos, condenarlo, negarlo o humillarlo.
Tenemos que preparar lo que hemos de decir manteniendo nuestra vida en el Espíritu.


El camino de evangelización de las profundidades prepara para la vida fraterna. En la medida en que estamos arraigados en nuestra libertad interior, en nuestra identidad de hijos e hijas de Dios, el otro ya no es una amenaza, la hospitalidad del corazón podrá ampliarse, dentro del respeto a las diferencias mutuas.

Tomado de Simone Pacot ¡Vuelve a la vida! (ed. Narcea)


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