lunes, 22 de abril de 2013

El acto de renuncia. El trabajo de duelo

Renuncia y duelo son nociones esenciales en el proceso de evangelización de las profundidades. La renuncia jalona la existencia del ser humano. Sólo de puede entrar en la vida si se asumen las renuncias necesarias. Pero a veces se obstaculiza el impulso de vida, tomando un camino erróneo. No se puede volver a encontrar la vida si no es dejando el camino de muerte. La renuncia a la transgresión ha de realizarse en el corazón profundo mediante un acto decisivo, vigoroso y concreto.

Tras la renuncia, viene siempre un trabajo de duelo; la renuncia inicia un proceso que puede ser largo. En ese momento empieza el trabajo en profundidad.

El duelo es el proceso que permite a una persona adaptarse a una pérdida o a una carencia del tipo que sea: muerte de un allegado, pérdida de un trabajo, de la reputación, de una amistad, de la salud, etc. El trabajo de duelo implica varias etapas: perplejidad, negación, rechazo, cólera, rebeldía, pena, regateo, depresión.

El prime fruto del trabajo de duelo es la aceptación definitiva y profunda de nuestra historia personal, de nosotros mismos, del otro, del suceso.
Debe proseguir con un trabajo de resurrección, de aceptación de la vida renovada, del descubrimiento de lo inesperado que viene de Dios, de un "reencuentro".
Vendrá el descubrimiento de nuestra condición de hijos de Dios y el gozo de colaborar con el Espíritu.
Podremos dar pasos por el camino de la vida para ajustar nuestros comportamientos a la nueva dirección.

Aquí también la gracia precede al esfuerzo del ser humano: no es el duelo el que lleva a la Pascua, al paso de la muerte a la vida, sino que es la invitación a la Pascua la que nos lleva a hacer un trabajo de duelo para volver a encontrar la vida.
Elegir un camino de vida es decidir con valentía vivir las etapas de un duelo. El duelo se entiende como una pérdida de cualquier tipo

¿Dónde situar la renuncia y el trabajo de duelo respecto a las emociones?
No se renuncia de forma voluntarista a las emociones, al sufrimiento, a la violencia, al miedo o a la vergüenza. Sería totalmente ineficaz y falso, contrario, al movimiento de vida que pide atravesar la emoción hasta el final, hasta llegar a su causa, para transformarla. Si las emociones se han enterrado, o si se han expuesto pero no se han calmado, atraen hacia ellas las fuerzas de la persona, acaparan toda su energía, la movilizan de forma estéril; el trayecto consiste en reorientar las fuerzas hacia la vida.


- Encuentro con las propias emociones, expresarlas con palabras. Se han instalado en su interior emociones tan intensas. A raíz de haber sido víctimas de transgresiones a las leyes de vida -por parte de otros- o por haberlas transgredido ellos mismos a partir de sus heridas.
- Comprender el sentido de las leyes de la vida.

  • Primer paso: aprender a liberar la queja. Esta etapa ha de vivirse con un acompañante atento, y siempre en el corazón de Cristo, recibiendo su Presencia viva y muy personal, en el centro mismo de cada una de nuestras emociones.
  • Puede ser que un fin muy concreto impida liberar la historia personal, la realidad: necesidad de reparación, de justicia, voluntad de ajustar cuentas, de ser escuchado, incluso por quien nos hizo daño, de hacerle pagar... El apego obsesivo a este objetivo es la causa del bloqueo. Nombrarlo ayuda a poner en marcha el proceso de duelo y llegar a la renuncia; hay que abandonar este objetivo concreto que bloquea el regreso a la vida.
    • Reconocer la herida
    • Reconocer las consecuencias que ha tenido en nuestra vida.
    • Reconocer las emociones anestesiadas o bien si nos inundaron completamente.
    • Para llegar al final de la queja se requiere un discernimiento claro, ir hasta el final de sus emociones en la Presencia vivificante de Cristo, dejando fecundar su tierra por el Espíritu.


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