sábado, 9 de febrero de 2013

LA CONTEMPLACIÓN CRISTIANA

La contemplación cristiana es la respuesta a una llamada y la contestación a una visión. Nadie se puede embarcar en esta excursión si no ha oído antes la voz o ha divisado las huellas del  buey. En otras palabras, hay un despertar inicial. Uno se detiene sobre sus propios pasos, asombrado, al darse cuenta de que es amado. La contemplación cristiana comienza con la fe, la convicción, la experiencia del amor de Dios hacia mí. Nunca comienza con esfuerzos vigorosos por mi arte; no se manifiesta a través de una energía activa; ni comienza tampoco repicando violentamente su fuerte amor a Dios y al hombre. Así lo afirma de modo explícito Juan: "En este amor, no somos nosotros ls que hemos amado a Dios, sino Dios el que nos ha amado a nosotros" (1Jn 4,10). Este amor fuertemente experimentado es comparado a la llamada del buen pastor que nos invita a entrar en su rebaño.
Ahora bien, este amor es creativo. Crea una respuesta, un movimiento interior, una moción de amor que necesariamente se manifiesta en un estado alterado de conciencia. Tan profunda es la llamada y tan interior mi respuesta que se abre un nuevo nivel de conciencia y yo entro en un entorno cambiado. La contemplación cristiana es la experiencia de ser amado y de amar al nivel más profundo de la vida psíquica y del espíritu.
Este amor no está dirigido hacia un mundo imaginario que escapa a los sentidos. Se dirige más bien hacia la gran realidad del Cristo cósmico y resucitado que me ama y es amado por mí. Este es el Cristo que está delante de nuestros ojos, oídos y corazones y cuya gloria nos envuelve..

Este estado de amor así iniciado dura hasta la muerte y más allá de la muerte. Ya no cesa. A veces es violento y angustioso como la lucha de Jacob y del ángel; otras veces es un recostarse tranquilo en los brazos del amado: "su izquierda está bvaajo mi cabeza... y su diestra me estrecha en abrazo" (Cant 2,6). Uno entra en nuevas moradas: se abren nuevas áreas de la vida psíquica.

Tenemos en primer lugar la entrada a un nivel más profundo de conciencia bajo la guía delicada del Espíritu. Cuando esto sucede, el espíritu se expande, el inconsciente se abre, permitiendo que los espíritus y duendes, los santos y los ángeles, surjan del inconsciente. La memoria queda estimulada. El pasado se hace luminoso. El hijo chillón y el padre sermoneador comienzan a levantar sus voces, agitándose exasperados. Pueden aparecer alegría y tristeza, amor y odio. El que medita es consciente de todo esto. Pero él les deja hacer. No les presta atención. Se niega a entrar en un análisis de este torbellino. No dialogará con ellos porque el más profundo centro de su ser, batiéndose en la nube del no saber con el dardo del amor, se está sumergiendo en la más exquisita sabiduría de tipo supraconceptual. Este amor es lo único importante para él. Por lo que respecta a los espíritus del inconsciente, bien pueden gritar hasta la desesperación, o pueden morir de hambre y desprecio. O las heridas del pasado, expuestas ahora a la curación del Espíritu, pueden ser bellamente transfiguradas, "porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que nos ha sido dado.
El rabioso despertar de los espíritus y duendes está bien expresado en el libro de la orientación particular:
"Que la angustia y el miedo no se apoderen de ti si el enemigo aparece (como él quiere) con repentina fiereza, golpeando y martilleando en las paredes de tu casa. Ni te des por vencido si agita a sus poderosas huestes para sublevarse y atacar repentinamente y sin previo aviso. Quede bien claro esto: se ha de tomar en serio al enemigo. Todo el que comienza esta obra (no me importa quién sea) está expuesto a sentir, oler, gustar u oír algunos efectos sorprendentes producidos por el enemigo en uno u otro de sus sentidos. Por eso no hay que sorprenderse si esto sucede. Lo intentará todo para derribarte de las alturas de un trabajo de tanto valor". (William Johnston)

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