domingo, 21 de julio de 2013

El desierto


Así como los judíos recibieron la invitación de Moisés a huir de Egipto, a seguirlo durante la noche y a atravesar el Mar Rojo, de igual manera cada hombre es llevado al desierto donde comienza una nueva etapa. El hombre ya está libre; pero todavía no disfruta de la gloria de la Tierra de Promisión porque se ha llevado consigo de Egipto el alma de un esclavo, las costumbres de un esclavo y las tentaciones de un esclavo; y se tarda en educarlo como un hombre libre más tiempo del que se tardó en hacerle descubrir su esclavitud. (pag 32)
Quiere Dios que la seguridad de un esclavo quede abandonada y reemplazada por la inseguridad del que aspira a la libertad.
Una vez que somos conscientes de nuestra esclavitud, una vez que hemos pasado de la lamentación y la miseria al arrepentimiento y pobreza de espíritu, oímos las palabras de las siguientes bienaventuranzas: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”, “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”. Este llanto provocado por el descubrimiento del Reino, por nuestra propia culpabilidad, y por la tragedia de la esclavitud, es más amargo que el llanto experimentado por un mero esclavo. El esclavo se queja de sus condiciones de vida material; en cambio el que llora según el espíritu de la Bienaventuranza, es un hombre bendecido por Dios. (pag. 34, 35, 36)

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