domingo, 8 de noviembre de 2009

LA ABNEGACION DEL YO


“El trabajo de la abnegación del yo es la obra capital de la vida. En esto está la vida espiritual, el punto prácticamente decisivo, la posición estratégica dominante cuya pérdida o ganancia decide de hecho la batalla de la santidad.
Ahí está la experiencia para demostrarlo: que se examine la vida de los santos fracasados, me refiero a sacerdotes, religiosos o simples fieles, excelentes, fervorosos, celosos, piadosos y entregados, pero que no han sido santos a secas.
Se constata que lo que les ha faltado, no es ni una vida interior profunda, ni un sincero y vivo amor de Dios y de las almas, sino cierta plenitud en el renunciamiento, profundidad de la abnegación y totalidad del olvido de sí que les hubiera entregado enteramente a la obra de Dios en ellos.
Amar a Dios, alabarle, cansarse, incluso matarse por su servicio, son cosas que atraen a las almas religiosas; pero morir del todo a sí mismo, oscuramente en el silencio del alma, desprenderse, dejarse arrancar a fondo por la gracia de todo lo que no es pura voluntad de Dios, he aquí el holocausto secreto ante el cual retroceden la mayoría de las almas, el punto exacto en el que el camino se bifurca entre una vida fervorosa y una vida de elevada santidad” (P. de Guibert)

LA SANTIDAD


Si alguien comienza una y otra vez a vivir bien el presente de la vida, advierte que con el tiempo, aunque no lo haga con una intención particular, sus acciones adquieren una nota de solemnidad. Entonces se observa que la vida de ese hermano apoya en un único soporte sobrenatural: el amor a Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, esa misma nota de solemnidad caracteriza profundamente cada una de sus actividades.Y en consecuencia su fisonomía espiritual se va poniendo a foco con creciente precisión.
De él se puede decir, por ejemplo, que está sumergido en Dios
en la oración; libre y alegre en compañía; preciso en su deber; exigente consigo mismo; fraterno con todos; misericordioso con quien cae; convencido como una roca de su nada y de la omnipotencia de Dios; insatisfecho muchas veces de cuanto hace, pero siempre dispuesto a esperar y volver a comenzar.
Es justamente este eterno volver a comenzar, lo que ayuda al alma a revestirse de algo que tiene continuidad, aún en las variedades de sus acciones. Y esto huele a santidad; al principio poco, pero luego cada vez más. Porque santo es aquel que no vive más en sí mismo, en la propia voluntad, sino que se ha mudado a Otra. (por Chiara Lubich)

sábado, 7 de noviembre de 2009


"Esta desconfianza, bien encauzada, fue la base de su abandono total en la divina Providencia. Se explica fácilmente, debido a la inseguridad de los primeros tiempos de su vida espiritual".

" Puso Dios una obediencia en mi corazón que no sabré darle gracias".(F.212)

"No siento yo en general repugnancia a la obediencia, antes siento cierto deseo de obedecer, y como creo que la humildad se opone a mi natural, por el contrario, la obediencia va a mi carácter, y es tanto que mejor hago una cosa contraria a deseo por obediencia que una agradable por mi gusto: la obediencia me es natural". (ER 126)