domingo, 8 de noviembre de 2009

LA SANTIDAD


Si alguien comienza una y otra vez a vivir bien el presente de la vida, advierte que con el tiempo, aunque no lo haga con una intención particular, sus acciones adquieren una nota de solemnidad. Entonces se observa que la vida de ese hermano apoya en un único soporte sobrenatural: el amor a Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, esa misma nota de solemnidad caracteriza profundamente cada una de sus actividades.Y en consecuencia su fisonomía espiritual se va poniendo a foco con creciente precisión.
De él se puede decir, por ejemplo, que está sumergido en Dios
en la oración; libre y alegre en compañía; preciso en su deber; exigente consigo mismo; fraterno con todos; misericordioso con quien cae; convencido como una roca de su nada y de la omnipotencia de Dios; insatisfecho muchas veces de cuanto hace, pero siempre dispuesto a esperar y volver a comenzar.
Es justamente este eterno volver a comenzar, lo que ayuda al alma a revestirse de algo que tiene continuidad, aún en las variedades de sus acciones. Y esto huele a santidad; al principio poco, pero luego cada vez más. Porque santo es aquel que no vive más en sí mismo, en la propia voluntad, sino que se ha mudado a Otra. (por Chiara Lubich)

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