Las noches espirituales son empobrecimientos en ocasiones muy rudos, que eliminan radicalmente en el creyente toda posibilidad de apoyarse en sí mismo, en sus conocimientos (humanos o espirituales), en sus talentos y capacidades e incluso en sus virtudes. Y, sin embargo, son empobrecimientos beneficiosos porque le ayudan a poner su identidad allí donde realmente está. En la noche espiritual el hombre se descubre absolutamente pobre e incapaz de cualquier bien y cualquier amor, y capaz de todos los pecados que existen en el mundo.
El fruto de esta prueba es impedir al hombre toda posibilidad de apoyarse en el bien del que es capaz para que la misericordia divina se convierta en el único fundamento de su vida. Se trata de una auténtica revolución interior: hacer que no nos apoyemos en nuestro amor a Dios, sino exclusivamente en el amor que Dios nos tiene.
Dios no me ama a causa del bien de que soy capaz, o del amor que le tengo, sino que me ama de manera absolutamente incondicional, en virtud de Él mismo, de su misericordia y de su ternura; en virtud de su sola paternidad con respecto a mí.
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