domingo, 26 de enero de 2014

Pobreza evangélica

No podemos separar la pobreza religiosa de los pobres (Reflexión superiores Generales)

Indicios para dar respuesta a la pregunta: ¿«Tengo de verdad espíritu de pobreza? 

  • El sentimiento de tener siempre de sobra para sí. El que tiene espíritu de pobreza siempre tiene demasiado; el que no tiene espíritu de pobreza, siempre demasiado poco.
  • Convicción de que nada me es debido. Todo cuanto tengo es don no merecido, gratuito.
  •  Escoger normalmente para sí lo común y corriente, incluso lo peor.
  •  Seriedad en observar las pequeñas exigencias de la pobreza religiosa.
  •  Al usar las cosas, recuerdo espontáneo de los que pasan necesidad: una sana y espontánea «inquietud» a la hora de tener que «gastar» para mí.
  •  Disponibilidad para el servicio desinteresado de los demás. No buscando compensaciones materiales o afectivas.
  •  Sensibilidad para captar las necesidades del prójimo. Una especie de connaturalidad que permite detectar casi instintivamente las necesidades, incluso las no expresadas, de los que me rodean. Bajando a un plano más concreto, una como aptitud para entablar relaciones personales con gente sencilla y pobre.
  •  Preferencia por compartir la vida de los humildes y de los pobres. Es el amor «preferencial» por los pobres.
  •  Espontaneidad en contar con el socorro de Dios para su servicio. Es la aplicación, a la letra, del Evangelio: «Buscad, ante todo, el Reino de Dios y su justicia, y el resto se os dará por añadidura».
  • El gozo profundo de no necesitar nada.
  •  El sentimiento de total liberación.

Algunos criterios de pobreza comunitaria:
Es más difícil encontrar criterios válidos para la pobreza comunitaria que para la pobreza personal. Pero son necesarios si queremos mantener el espíritu y la tendencia. Sin esto puede resultar heroico para un religioso vivir pobremente en una comunidad donde reina la abundancia.
• La tendencia a restringir. Aunque de un modo general la pobreza de una comunidad no pueda ser tan rigurosa como la de cada uno de sus miembros, es preciso velar por la sencillez de vida. Esto no resulta demasiado fácil, pues la publicidad y la propaganda de nuestra sociedad tienden a convencernos que es imposible crear un buen ambiente de relaciones mutuas sin una serie de necesidades ficticias.
• La verdadera noción de igualdad. Un principio: «De cada uno, según sus posibilidades; a cada uno, según sus necesidades». La verdadera igualdad consiste en tratar diversamente lo que es diverso. El igualitarismo a ultranza es la ruina de la caridad y del espíritu de pobreza. Son necesarias la sensibilidad y la delicadeza.
• Ser los últimos en adquirir una novedad útil, cuando se hace necesaria. Propongo criterios. El primero: ¿es esto útil en vistas de nuestros fines como religiosos: crecer en comunión fraterna, dar gloria a Dios, mejorar la eficacia apostólica? Solamente se debe pasar al segundo si la respuesta al primero ha sido claramente afirmativa. He aquí el segundo criterio, al que sólo se debe pasar si la respuesta al primero ha sido claramente afirmativa: No adquirir nada para la comunidad que no sea ordinario para los dos tercios de la gente corriente. Comprendo que es un criterio aproximativo, pero es objetivo. Preciso que estos criterios son para la comunidad. Para las necesidades de la obra, es diferente.
• Atención a los regalos que elevan el nivel de vida. Cuando digo regalo, digo también «oportunidades», «rebajas», etc. Que una cosa cueste poco, o incluso nada, no es ninguna razón para aceptarla si no es conforme al espíritu de pobreza. Aquí el peligro de escandalizar al prójimo es muy grande.
• En nuestro mundo cada vez se oyen más voces que se elevan contra el despilfarro, la despreocupación, el uso irresponsable de los recursos. Nos alegra esta tendencia, y queremos participar en ella, aunque no pueda ser la motivación última de nuestra pobreza religiosa.
• Participación real en la pobreza social. Una comunidad debe conocer la situación social del entorno en el que vive: pobreza, paro, restricciones, catástrofes naturales... Debe sentirse solidaria y participar de algún modo. Esto resulta más fácil y se logra más espontáneamente en una comunidad inserta entre los pobres. Sin embargo, aunque no trabaje directamente entre los pobres, toda comunidad que quiere actuar en nombre de Jesús y como Jesús, no puede menos de sentirse, efectivamente, solidaria de los pobres del mundo.
• Ninguna comunidad local debe tener fondos de reserva. Repito que se trata de la «comunidad», no de las «obras». Se puede estar o no de acuerdo con esta afirmación, pero pienso que está en juego el espíritu de pobreza. A la larga, en una Provincia religiosa, habría comunidades pobres y comunidades ricas. Más vale que sea la Provincia quien posea, administre y distribuya equitativamente los bienes.
José María Salaverri, S.M. 

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